Una experiencia para reflexionar

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Anoche, jueves 05 de mayo, al salir de una función del segundo capítulo de El puro lugar, experimenté cierto malestar por razones no del todo desconocidas ni completamente aprehendidas; esta incomodidad me llevó a escribir las siguientes reflexiones que, si bien no abordan las causas del malestar -porque no son fácilmente abordables-, cumplen, en mi caso, la función reflexiva a que me invita participar en esta experiencia.

Testimonios directos de tres actores que fueron víctimas de la agresión a la Infantería Teatral cuando representaron Cúcara y Mácara en 1981 en el teatro Juan Ruiz de Alarcón: Héctor Moraz, Arturo Meseguer y Hosmé Israel, más otros dos actores de la actual ORTEUV, Karina Meneses y Félix Lozano, quienes en tiempo real registran, preguntan, elaboran cartografías que los enlazan con los hechos de aquel 1981, con aquella agresión a los actores, a la obra, al arte. Karina cuenta algo que le contó su madre y que nos evoca, nos recuerda, la reacción popular de los sectores alcanzados por las presentaciones de principios de los 80 del siglo pasado, en Xalapa y la Ciudad de México, y las reacciones de la jerarquía y el clero católico, registradas por los medios, que reflejaban una reacción iracunda e intolerante frente a un texto que vulneraba -sostenían-, a uno de los pilares de la religiosidad del pueblo mexicano, la Virgen de Guadalupe, cuando verdaderamente lo que se impugnaba eran los fundamentos -localizados en la ignorancia- de esta religiosidad, utilizados para sostener la explotación de un pueblo y los privilegios de las clases poderosas.

Se trata, Cúcara y Mácara de una obra provocativa, sin duda. Me sorprendió enterarme que la prohibió la Presidencia de la República, creí que se había decidido no presentarla más como una especie de autocensura que buscaría evitar riesgos, como si el mensaje hubiera tenido efectividad. Relacioné, nuevamente, la experiencia de Cúcara y Mácara con los sucesos de 2015, en París, Francia, en torno a la revista Charlie Hebdo que ha hecho burlas, chistes, contra Alá, ofendiendo, sin la intensión de hacerlo, la fe de los musulmanes, y que un grupo extremista reaccionó de la manera más cruenta posible asesinando a los líderes de aquel rotativo.

La crítica, el cuestionamiento, el escarnio, se hacen dentro de un sistema de pensamientos que sea cómodo, aceptable, pero cuando no se comparte la ideología del creador el rechazo es inevitable, lo que nunca justifica la violencia como vehículo de esa reacción.

Los testimonios de los actores presentes de Cúcara y Mácara nos hacen «vivir» el momento de aquella fatídica función. La pérdida de la memoria de hechos que se quisieran recordar y la insistencia, el empecinamiento, de los que se quisieran olvidar por el dolor que produjeron y producen y que, a la vez, alimentan el coraje, el valor para continuar en el camino elegido, sin torcer el rumbo. Se rompen los huesos, la carne pero se rompen también las ilusiones, los sueños, las visiones más o menos esféricas, perfectas de la vida, las cosas ya no son las mismas después de este gran dolor infligido por otros, cobardes, amparados en la superioridad numérica, en las armas y en el actuar premeditado, calculado para someter al otro, para nulificar su voluntad, su dignidad, su libertad.

Debo confesar que esperaba más actuación, más drama, más fuerza, desde el primer capítulo. «No es propiamente teatro» escuché decir en la primera función, es más bien, decían, un trabajo antropológico, histórico, político. Creo que tiene un poco de todas estas cosas, tal vez es un teatro que busca incorporar la realidad. En la realidad, lo «real» innombrable tiene más preeminencia que en la escena, en ésta, tal vez lo acotemos más, sin que desaparezca.

Me pareció interesante el contraste que percibí entre los testimonios de los actores presentes; sin que hubiera polaridad, uno descansaba más en el miedo, el dolor, las pérdidas, la reconstrucción, el otro, incluyendo estas cosas, en no dejarse vencer por el miedo, en trascenderlo hacia una posición de valentía y denuncia frente a todo tipo de injusticia e impunidad.

El otro hecho de violencia, impune hasta el momento, el más actual, estuvo omnipresente tanto por el espacio, vibrante, de la función, el minúsculo cuarto de San Bruno que, una noche impensada, inimaginada de nuestros atroces tiempos, en nuestra querida ciudad, albergó 18 cuerpos y magnitudes insospechadas de furia, alevosía, injusticia, cobardía, angustia, terror, impotencia, como por los testimonios escuchados virtualmente de algunos de los muchachos violentados aquel 05 de junio de 2015.

Me pregunto ¿cómo sería un ejercicio de intercambio de ideas entre el pequeño público asistente, como una forma quizás alternativa al registro escrito de las impresiones? El puro lugar es una experiencia, sin duda, compleja, de muchos elementos, es un proceso, lo que la hace más interesante, no es un solo tiro; seguramente seguirá dando pie a la reflexión.

Juan Capetillo

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